jueves, 3 de diciembre de 2009

A veces uno piensa que es mejor no hacer nada, no mover nada, dejar todo como está. O peor aún, abrir muchas puertas si cerrar ninguna a nuestro paso.

En una suerte de malabarismo cósmico, tememos que si una pelotita cae, a tomar por saco el equilibrio existencial de nuestras vidas. Pero ¿por qué tanto esfuerzo en no ver, en no mirar a nuestro alrededor, tan concentrados en que no se nos caiga la puñetera pelotita?

Reconozco que hay que ser muy valiente o muy irracional para mandar todo al cuerno y empezar de nuevo. Pero sólo es así en nuestro sistema de pensamiento, en lo que nos han enseñado que es la vida.

Nos dirige el miedo y no ese miedo irracional del que siempre se habla sino el otro, el más jodido, el racional. Ese que nos obliga a mantener las pelotitas en el aire. Ese que en cuanto ve un resquicio de irracionalidad nos añade otra pelotita para volver a conducirnos por el buen camino. El camino de “la responsabilidad y la madurez”.

Qué dos palabras más maltratadas y tristemente prostituidas. ¿Dónde quedaron sus verdaderos significados, su poder real? Como tantas otras cayeron en desgracia, perdieron su poder y fueron utilizadas para abanderar nuestra falta de libertad. Y encima sin permiso.



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Hay ocasiones en las que los pensamientos nos desbordan. Ideas y contraideas chocan entre si como animalillos enjaulados.

Rápido, una vía de escape. Hazlo consciente. Escribe

Pero no se puede escribir todo lo que uno tiene en la cabeza, sólo se puede transcribir un hilo de pensamiento.

Se puede ser racional y entonces el discurso transcurre plácidamente a la sombra de nuestro propio juez o se puede intentar uno liberar de las cadenas y entonces lo escrito no tiene ningún sentido. ¿O sí?

Algún tipo de mecanismo interno nos hace pensar que lo que no es racional no tiene sentido. Muchos pensarán ¿Y las emociones? ¿Y los sentimientos?

Pero no es más que un espejismo. Miento. No es más que lo que nuestro pensamiento nos regala de vez en cuando para que nos sintamos vivos y dejemos de darle el coñazo con un sinfín de preguntas.

Hay personas incluso que ni se permiten esos pequeños recreos. Claro, que tampoco se hacen preguntas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Es mi primer día... mi primera vez.
Suena cursi, es cierto. Siempre nos alejamos de las palabras cursis. Palabras que esconden emociones cursis. Como si se tratara de un debilidad, las escondemos, las acompañamos con otras palabras, otros gestos. Las reforzamos con grandes y dañinas muestras de ironía y sarcasmo.
Las palabras cursis nos dan miedo. No caben en nuestra forma de comunicarnos. Nos asustan en nosotros mismos y nos incitan al ataque cuando las oímos en otra persona.
Siempre al acecho de una pequeña brecha, un destello de cursilería, para entrar a matar.
Un tremendo esfuerzo diario, casi siempre inconsciente, de maquillar nuestras emociones. De que esas terribles palabras no se escapen sin nuestro consentimiento o con el armamento suficiente preparado para contraatacar.
Y si diésemos rienda suelta a nuestras palabras cursis? Qué pasaría?