miércoles, 18 de noviembre de 2009

Hay ocasiones en las que los pensamientos nos desbordan. Ideas y contraideas chocan entre si como animalillos enjaulados.

Rápido, una vía de escape. Hazlo consciente. Escribe

Pero no se puede escribir todo lo que uno tiene en la cabeza, sólo se puede transcribir un hilo de pensamiento.

Se puede ser racional y entonces el discurso transcurre plácidamente a la sombra de nuestro propio juez o se puede intentar uno liberar de las cadenas y entonces lo escrito no tiene ningún sentido. ¿O sí?

Algún tipo de mecanismo interno nos hace pensar que lo que no es racional no tiene sentido. Muchos pensarán ¿Y las emociones? ¿Y los sentimientos?

Pero no es más que un espejismo. Miento. No es más que lo que nuestro pensamiento nos regala de vez en cuando para que nos sintamos vivos y dejemos de darle el coñazo con un sinfín de preguntas.

Hay personas incluso que ni se permiten esos pequeños recreos. Claro, que tampoco se hacen preguntas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Es mi primer día... mi primera vez.
Suena cursi, es cierto. Siempre nos alejamos de las palabras cursis. Palabras que esconden emociones cursis. Como si se tratara de un debilidad, las escondemos, las acompañamos con otras palabras, otros gestos. Las reforzamos con grandes y dañinas muestras de ironía y sarcasmo.
Las palabras cursis nos dan miedo. No caben en nuestra forma de comunicarnos. Nos asustan en nosotros mismos y nos incitan al ataque cuando las oímos en otra persona.
Siempre al acecho de una pequeña brecha, un destello de cursilería, para entrar a matar.
Un tremendo esfuerzo diario, casi siempre inconsciente, de maquillar nuestras emociones. De que esas terribles palabras no se escapen sin nuestro consentimiento o con el armamento suficiente preparado para contraatacar.
Y si diésemos rienda suelta a nuestras palabras cursis? Qué pasaría?