A veces uno piensa que es mejor no hacer nada, no mover nada, dejar todo como está. O peor aún, abrir muchas puertas si cerrar ninguna a nuestro paso.
En una suerte de malabarismo cósmico, tememos que si una pelotita cae, a tomar por saco el equilibrio existencial de nuestras vidas. Pero ¿por qué tanto esfuerzo en no ver, en no mirar a nuestro alrededor, tan concentrados en que no se nos caiga la puñetera pelotita?
Reconozco que hay que ser muy valiente o muy irracional para mandar todo al cuerno y empezar de nuevo. Pero sólo es así en nuestro sistema de pensamiento, en lo que nos han enseñado que es la vida.
Nos dirige el miedo y no ese miedo irracional del que siempre se habla sino el otro, el más jodido, el racional. Ese que nos obliga a mantener las pelotitas en el aire. Ese que en cuanto ve un resquicio de irracionalidad nos añade otra pelotita para volver a conducirnos por el buen camino. El camino de “la responsabilidad y la madurez”.
Qué dos palabras más maltratadas y tristemente prostituidas. ¿Dónde quedaron sus verdaderos significados, su poder real? Como tantas otras cayeron en desgracia, perdieron su poder y fueron utilizadas para abanderar nuestra falta de libertad. Y encima sin permiso.