miércoles, 7 de julio de 2010

Lapsus (13)

Coincidieron en una fiesta de una agencia de publicidad. Les presentó un amigo común. Aunque no se puede negar que hubo cierta atracción a primera vista fue al contarle Pablo cual era su función en un rodaje cuando se quedó prendada de él.

_ Antes de rodar hay unas semanas de preparación. Y básicamente hay que encajarlo todo en unos días de rodaje. A veces es sencillo y a veces algo más complicado.

_ ¿Y si hay imprevistos?

_ Siempre los hay. Cuanto mejor se prepare el rodaje más soluciones habrá.

_ ¿Y si llueve? ¿Y si se pone enfermo un actor?¿Y si se estropea la cámara? ¿Y si hay huelga de metro?¿Y si…?

Elena no paró de acribillarle a preguntas intentando pillarle en algún renuncio pero Pablo tenía respuesta para todo. Elena estuvo a punto de tener un orgasmo allí mismo.

Esa noche terminaron en el apartamento de Pablo (donde sí tuvo lugar el orgasmo) y hasta ahora. La cosa fue de lo más natural, como si su relación hubiera estado planificada de antemano.

La primera semana no salieron del apartamento; en la segunda, Elena ya tenía un hueco en la repisa del lavabo; la tercera y la cuarta las pasaron juntos en la playa. A la vuelta, ya habían decidido que vivirían juntos.

Y así llevan 3 años de natural y planificada convivencia (o, como le gusta decir a Laura, en alegre concubinato).

Como era de suponer, las cosas en la agencia no salieron como Elena había decidido. Los cambios de última hora le ocuparon todo el santo el día y encima se llevaría trabajo a casa. Y todo para nada, para terminar volviendo al primer boceto. Sólo había una cosa que odiara más que la creatividad de un cliente, las indecisiones.

Vale, el cliente paga, el cliente opina, el cliente siempre tiene razón y tu creatividad y tu tiempo les pertenece pero por favor, que no duden.

Para alterar aún más sus intentos de planificación, Pablo le mandó un mensaje a media tarde: “Ceno con David. Mañana te cuento. Bs.”

Eran las ocho y empezaba a anochecer. Elena había salido de la agencia con la cabeza embotada y prefirió volver a casa caminando. Tardaría una media hora pero necesitaba tomar el aire y vaciarse de tipografías, tamaños de letra, pantones y, sobre todo, indecisiones ajenas.

Su mayor enemigo era La Responsabilidad. Hay que hacer lo que hay que hacer. Los excesos de responsabilidad terminaban siempre haciendo mella en su salud. Dolor de espalda, de estómago, de cabeza… Por suerte no sufría el continuo ruido cerebral de su hermana y un buen paseo solía acallar las voces y los tironeos. Pero esa noche, su Rottenmayer interna no tenía intención de abandonar. Si no era el dichoso tríptico, era la exposición. El caso era no poder disfrutar de las efímeras tonalidades violetas y anaranjadas del cielo madrileño.

A medio camino se lo pensó mejor y decidió pasarse por su estudio. Allí no habría nada de comer así que paró un segundo, se preguntó qué le apetecería cenar y dónde conseguirlo y cambió el rumbo.

Cuando Elena se instaló con todos sus enseres en el apartamento de Pablo, los dos decidieron mantener el pequeño estudio donde Elena había estado viviendo y trabajando desde que dejó el nido familiar (poco después de recibir su primer sueldo).

No es que Elena necesitara la aprobación de Pablo, es que, por raro que parezca, estaban de acuerdo en todo.

El pequeño estudio estaba detrás de Las Cortes, a tiro de piedra de los tres museos más importantes de Madrid. Grandiosos templos (como le había inculcado Mamá) donde Elena se sentía como pez en el agua.

Lo encontró gracias a un post-it caído del tablón de anuncios de su primer trabajo. 30 m2 diáfanos con cocina americana y baño con ducha. Muy luminoso. Recién reformado. Esa misma tarde fue a verlo. A los 2 días estaba firmando el contrato de arrendamiento.