Al abrir la puerta, el olor a pintura, aguarrás, cola (y demás productos utilizables en artes plásticas) hubiera derribado a cualquier ser humano. Para Elena era como entrar en trance. Como traspasar un umbral de otra dimensión en el que todas las cargas innecesarias se quedaban del otro lado.
Esos 30 metros cuadrados eran ella. Todo blanco, luminoso, limpio y ordenado salvo el cuadrante del caos.
Había que poner límites, planificar el espacio. En una esquina junto al primer ventanal, un futón hacía las veces de salón y dormitorio; reflexión y quietud delimitados a medio metro por una estantería hasta el techo. Del otro lado, el universo paralelo. El movimiento y la intuición. El yin y el yang. Estantes y tableros con patas repletos de botes, pinceles, trapos, recortes de revistas, papeles, cajitas, hilos, tijeras, lienzos en blanco, lienzos terminados y apilados… y color, mucho color. Y en el centro del caos, reclamando la atención y seguro de su protagonismo un caballete sostenía un lienzo a medio terminar.
Elena dejó su mochila y una bolsita con sandwiches de Rodilla sobre la encimera de la mini cocina y se fue directa al caballete. Llevaba unos meses experimentando con lo que ahora llamaban pop industrial; collages de residuos, acrílicos... Una técnica mixta donde todo tenía cabida
Dentro de una estricta planificación el eclecticismo se abría paso pero sólo a primera vista. Bordes vírgenes abiertos al infinito daban paso a un estricto encuadre que encerraba todo un mundo de color y formas. Todo bien estudiado y planificado. Eso, sí, había que explicarlo, traducirlo a cualquier mirada neófita.
Elena recordaba cada pincelada, cada papelito encolado, cada grieta, cada montículo, cada chincheta con su dibujito. Uno de los círculos en el plano superior derecho aparecía ahora abierto y una casi imperceptible manchita roja parecía escapar de él.
Una pequeña punzada le atravesó el estómago. ¿Qué era eso? Estaba segura que ella no había dibujado esa mancha, ¿o sí? Debía ser el stress.
Se alejó un par de pasos y observó el conjunto. Ese imperceptible estropicio rojo culminaba el trabajo. Sí, estaba terminado.
Vale, pero ¿cuándo lo hice? , espero no sufrir lapsus como mi hermana.
Pero no, Elena era más racional, ella no olvidaba nada, ella lo controlaba todo, por dentro y por fuera.
No quiso pensar más en ello y se fue directa a hincarle el diente a sus sandwiches.