¿Un payaso? Sí, no había duda, lo mirase como lo mirase, era un payaso.
¿Por qué alguien querría retratar un payaso? Quién sabe, podría tratarse de algún tipo de terapia para enfrentarse a un inequívoco trauma infantil. Pero luego se tira, se quema, se pasa página, borrón y cuenta nueva… ¿Quién en su sano juicio guardaría semejante esperpento, peor aún, lo expondría? Por no hablar de la inefable ley de la oferta y la demanda. Si está a la venta es porque alguien está dispuesto a comprarlo. ¿Qué tipo de perversidad es esa?
Laura no podía parar el incesante parloteo interno. Un torrente imparable que arramblaba con cualquier intento de desaceleración.
Excusas, defensas. Jugaba al escondite con la pregunta que más miedo le daba, ¿Por qué estaba ella mirando ese cuadro?
Seguía sin querer plantearse la gran pregunta y huía despavorida de un intento de respuesta. Racionalizar, rápido, única vía de escape.
Laura se giró hacia la señora galerista y bien imbuida en su papel de niña buena, le sonrío amablemente.
_ Una obra excepcional. Discúlpeme, se me ha hecho tarde. No dude en que volveré en otro momento.
Y Laura salió como una autómata sin mirar atrás.
Ni sabía ni le importaba a dónde se dirigía, en su cerebro sólo había sitio para una orden concreta, seguir caminando. Adelantar un pie, apoyar, adelantar el otro, apoyar, un, dos y vuelta a empezar.
Le encantaba el Retiro y más en esa época del año. Había empezado el otoño y el color verde dejaba paso a toda una gama de rojizos pero la temperatura todavía era veraniega. Cuando el verano se apalancaba le costaba mucho dejar la ciudad.
Sus piernas la llevaron hasta un rincón solitario del parque y se tumbó boca abajo sobre la hierba apoyando su cabeza en el antebrazo.