Elena llevaba ya media botella de vino y todavía no había tocado el segundo plato. Sus vanos intentos de cambiar el rumbo de la conversación la habían empujado literalmente a la bebida: color, cuerpo, aroma, presencia…
A pesar de sus diferencias, las dos hermanas tenían algo en común, cada una pensaba que sus padres querían más a la otra. Los celos y el inevitable amor/odio fraternal habían marcado no sólo su relación sino su actitud ante los problemas de la otra.
Mamá seguía hablando de Laura, de sus desmayos, de sus olvidos, de las pruebas médicas, resonancias, electroencefalogramas… ahora le llegaba el turno al episodio del 666 o la hija del anticristo (nombre que le había puesto su padre al incidente). Era curioso como esta historia y su significado variaban según quien la contara. En esta ocasión era Mamá quien se hacía cargo de la narración y ella solía ser la más objetiva.
_ Tú no te acordarás (como para no acordarse, pensaba Elena con la mirada fija en su copa de vino) pero cuando tu hermana hizo la primera comunión ya nos dio el primer susto (sí, sí, el primero). Lo recuerdo como si fuera ayer, todos los niños sentaditos en las primeras filas siguiendo a rajatabla una coreografía que no entendíamos, tu padre refunfuñando…
Aquí Elena no pudo evitar meter baza. Aunque las dos hermanas habían sido bautizadas nada más nacer (más por tradición que por otra cosa), la religión nunca había encontrado hueco en esa casa. Su padre era un anticlerical convencido aunque no del todo ateo y su madre, bueno, a su madre le daba todo un poco igual.
_ Todavía no sé por qué la dejasteis hacer la primera comunión.
_ Hay que ser coherente y respetar la libertad de credo de cada uno.
_ Pero qué libertad de credo! Laura quería hacer la comunión por el vestido y los regalos, como todas, sólo que yo ni me lo planteé.
_ Sí, tú siempre has sido más seria en eso (en eso y en todo lo demás).
Llegados a este punto Mamá no estaba dispuesta a abandonar su narración. Miró la copa de vino de Elena y le dio un tiento antes de proseguir.
_ La cosa empezó a desvariar cuando de repente tu hermana se levantó y se quedó de pie mientras todos sus compañeros la miraban sentaditos en sus bancos, bueno, los niños y sus padres que ya empezaban a murmurar. Al principio pensamos que se había equivocado pero ella seguía ahí de pie sin intención de volver a sentarse. Por suerte, al poco rato todos en la iglesia se levantaron, no sé a cuento de qué, y Laura dejó de ser el centro de atención. Y entonces va y se sienta. Tu padre no paraba de darme codazos riéndose por lo bajini.
Elena empezó a sonreír, recordaba la mirada cómplice con su padre y el agobio de su madre. Recordó también como todos se volvieron a sentar de nuevo y su hermana se apoyó, mejor dicho, se tumbó encima del niño que estaba a su lado.
_ No sé quien me puso más nerviosa si tu padre o tu hermana. Mírala, me decía, esta niña no puede dejar de coquetear ni en la iglesia. Recuerdo al pobre niño mirar hacia atrás aterrado y nosotros haciéndonos los despistados. Otro movimiento coreográfico y todos de rodillas. Al desaparecer el apoyo, tu hermana cayó en bloque sobre el banco. Yo ya no sabía donde meterme.
_ Lo recuerdo perfectamente_ Lo que realmente recordaba Elena era como disfrutó en ese momento con el ridículo que estaba haciendo Laura. Por primera vez, estaba viendo el lado cómico de la historia, vale, su hermana era la protagonista pero de qué manera.