_ Entonces, ¿qué crees que es mejor, contar con la galería o intentarlo por mi cuenta?
_ ¿Por qué no me dejas a mí hablar con el comisario?
_ Te pido consejo mamá, no que me saques las castañas del fuego.
_ ¿Qué tiene de malo que te ayude?
_ ¿Para que luego digan que si soy la hija de mamá?
_ Por suerte o por desgracia siempre serás mi hija y triunfes o no siempre te lo echarán en cara, así que más vale que te aproveches.
_ Lo que más me jode es entrar en su puñetero juego.
_ Hablando mal no es como vas a cambiar las cosas._ Mamá no dejaba de ser una madre se hablara del tema que se hablase.
_ Ni hablando bien tampoco.
_ Hasta Miguel Angel… _ Elena no era capaz de escuchar por enésima vez la historia de cómo a Miguel Angel le tocaron las pelotas cuando pintaba la capilla sixtina, seguida de toda una retahíla de Mecenas más o menos sensibles al arte de sus protegidos hasta llegar a los actuales galeristas y comisarios más interesados en ganar dinero que en buscar nuevos talentos. Así que dejó hablar a su madre mientras ella se debatía entre darle el cincuenta por ciento de una posible venta al galerista y no poner dinero o comprar un espacio en la feria a un precio desorbitante y a ver qué pasaba.
En esas estaba Elena cuando Mamá le llamó la atención.
_ Elena, chérie, no me escuchas!
_ ¿Qué? Sí, claro que te escucho.
_ Estoy preocupada por tu hermana.
Lo que faltaba, ni siquiera les habían traído el primer plato y Laura ya empezaba a adquirir su habitual protagonismo. Había que cortar por lo sano.
_ Laura está perfectamente. ¿Quieres que pidamos media botellita de vino?
_ Pide tú si quieres, pero, por favor, que sea bueno._ Para Mamá era muy importante la calidad de lo que uno se metía en el cuerpo . Si alguna vez hubiera visto a sus hijas drogarse, su única preocupación habría sido la calidad y pureza de la droga en cuestión. _ Laura no está bien, creo que deberíamos prestarle más atención.
_ ¡Por favor! ¡Por favor!_ Elena llamaba al camarero con desesperación. Sí, tomaría vino y seguramente una botella entera.
¿Por qué no recordaba nada? ¿Se estaría volviendo majara? ¿Y por qué nadie le daba importancia a algo tan serio y peligroso? Laura farfullaba en la cocina mientras se preparaba una tortilla francesa con queso. Su cabeza podía ir a mil revoluciones pero todos sus actos se realizaban con una mecánica tremendamente estructurada. Romper huevo, tirar cáscara; romper huevo, tirar cáscara; quitar mocos de las yemas (sin comentarios); batir contundentemente, pizquita de sal. Cortar el queso en cuadraditos perfectos y echar al bol evitando que se peguen entre ellos. Calentar un chorrito de aceite de oliva virgen (no existía la posibilidad de otro aceite en la casa); echar el huevo batido en el momento exacto. Doblar por la mitad, media vuelta. Tortilla en plato.
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