jueves, 4 de marzo de 2010

Lapsus (5)

_ Entonces, ¿qué crees que es mejor, contar con la galería o intentarlo por mi cuenta?

_ ¿Por qué no me dejas a mí hablar con el comisario?

_ Te pido consejo mamá, no que me saques las castañas del fuego.

_ ¿Qué tiene de malo que te ayude?

_ ¿Para que luego digan que si soy la hija de mamá?

_ Por suerte o por desgracia siempre serás mi hija y triunfes o no siempre te lo echarán en cara, así que más vale que te aproveches.

_ Lo que más me jode es entrar en su puñetero juego.

_ Hablando mal no es como vas a cambiar las cosas._ Mamá no dejaba de ser una madre se hablara del tema que se hablase.

_ Ni hablando bien tampoco.

_ Hasta Miguel Angel… _ Elena no era capaz de escuchar por enésima vez la historia de cómo a Miguel Angel le tocaron las pelotas cuando pintaba la capilla sixtina, seguida de toda una retahíla de Mecenas más o menos sensibles al arte de sus protegidos hasta llegar a los actuales galeristas y comisarios más interesados en ganar dinero que en buscar nuevos talentos. Así que dejó hablar a su madre mientras ella se debatía entre darle el cincuenta por ciento de una posible venta al galerista y no poner dinero o comprar un espacio en la feria a un precio desorbitante y a ver qué pasaba.

En esas estaba Elena cuando Mamá le llamó la atención.

_ Elena, chérie, no me escuchas!

_ ¿Qué? Sí, claro que te escucho.

_ Estoy preocupada por tu hermana.

Lo que faltaba, ni siquiera les habían traído el primer plato y Laura ya empezaba a adquirir su habitual protagonismo. Había que cortar por lo sano.

_ Laura está perfectamente. ¿Quieres que pidamos media botellita de vino?

_ Pide tú si quieres, pero, por favor, que sea bueno._ Para Mamá era muy importante la calidad de lo que uno se metía en el cuerpo . Si alguna vez hubiera visto a sus hijas drogarse, su única preocupación habría sido la calidad y pureza de la droga en cuestión. _ Laura no está bien, creo que deberíamos prestarle más atención.

_ ¡Por favor! ¡Por favor!_ Elena llamaba al camarero con desesperación. Sí, tomaría vino y seguramente una botella entera.

¿Por qué no recordaba nada? ¿Se estaría volviendo majara? ¿Y por qué nadie le daba importancia a algo tan serio y peligroso? Laura farfullaba en la cocina mientras se preparaba una tortilla francesa con queso. Su cabeza podía ir a mil revoluciones pero todos sus actos se realizaban con una mecánica tremendamente estructurada. Romper huevo, tirar cáscara; romper huevo, tirar cáscara; quitar mocos de las yemas (sin comentarios); batir contundentemente, pizquita de sal. Cortar el queso en cuadraditos perfectos y echar al bol evitando que se peguen entre ellos. Calentar un chorrito de aceite de oliva virgen (no existía la posibilidad de otro aceite en la casa); echar el huevo batido en el momento exacto. Doblar por la mitad, media vuelta. Tortilla en plato.

Laura no podía evitar que cualquier cosa que hiciese se convirtiera en algo agotador.

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