lunes, 24 de mayo de 2010

Lapsus (10)

En la editorial le pidieron que enviase el primer capítulo para ver el estilo e ir corrigiendo.

Laura estaba emocionada, Mamá temía el batacazo. Su hija y el término medio no habían llegado a conocerse todavía. O todo lo que hacía era una mierda o rozaba la excelencia, daba igual la opinión de los demás o el trabajo en si y eso sólo dependía de un clic en su cabeza. Bueno, tampoco hay que exagerar, en realidad la opinión ajena sí hacía mella en ella, sobre todo cuando ésta era negativa. Resultado: ataque de pánico.

Ese día, Laura basculaba hacia la excelencia. Se sentía orgullosa de si misma y de su traducción. Se recreaba imaginando la cara de satisfacción del editor y esperaba con ansiedad la posterior e inmediata llamada alabando su excelente trabajo.

Dicho y hecho. A la mañana siguiente recibió a primera hora una llamada de su empresa. La editorial estaba muy contenta con la rapidez pero no tanto con el resultado. Laura empezó a temblar y a respirar con dificultad y al no saber qué hacer colgó el teléfono. Ring, ring… Ese aparato infernal empezó a sonar de nuevo. Descolgó y colgó. Y así un par de veces más. Hasta que el interlocutor, agotado, dejó de intentarlo.

Laura cayó enferma y estuvo en cama dos días.

Cuando por fin tuvo valor suficiente para enfrentarse a su decepción y sobre todo a su jefe, se presentó en las oficinas. Mamá ya había avisado en la empresa del pequeño contratiempo digestivo de Laura, así que se alegraron mucho de verla repuesta.

Con el corazón desbocado, Laura se sentó frente a su jefe esperando la lluvia de críticas que su ego se negaba a comprender.

_ Lo que se espera de una traducción es que sea fiel al original.

Laura intentó defenderse pero su jefe no le permitió meter baza.

_ No sólo de contenido sino también de forma. Ni somos críticos literarios ni editores. Somos traductores y cuanto más literales, mejor.

_ Sí, lo siento, puede que no haya reflejado bien el estilo pero bueno, tampoco me he inventado nada.

El jefe soltó un leve suspiro, una exhalación casi imperceptible pero que Laura pilló al momento. Aún faltaba algo.

_ El caso es que… _ El pobre hombre no sabía cómo seguir _ El caso es que has omitido ciertas partes.

_ De eso nada._ Respuesta rápida y concisa de Laura versus mirada y respuesta paciente de su jefe.

_ Hasta ahora has estado haciendo un buen trabajo pero puede que no estés preparada aún para este tipo de obra, no sé. Pero no te preocupes, habrá otras oportunidades.

Laura no entendía muy bien qué problema había con su traducción pero era consciente de que por dejadez o miedo había perdido muchas oportunidades en su vida así que, por primera vez, se lanzó a la piscina.

_ Déme un día, sólo un día y le envío de nuevo el primer capítulo. Por favor.

El jefe no pudo resistirse a las inminentes lágrimas y antes de llegar a una situación más engorrosa claudicó.

_ Lo quiero encima de mi mesa mañana al medio día.

Laura estuvo a punto de besar a su jefe pero pensó que sería mejor salir corriendo, primero por si se arrepentía y segundo porque no podía perder ni un minuto.

Laura leyó y releyó la traducción y el original. Había ciertos párrafos marcados en rojo y más o menos se hizo una idea del problema.

Bueno, a lo mejor he suavizado alguna cosa pero de ahí a omitir partes…

¿Y quién podía ayudarla? Laura, con el original en la mano, bajó a la casita del jardín buscando a su madre.

lunes, 17 de mayo de 2010

Lapsus (9)


Bueno, no sólo de Freud. Realmente era la única cita que conocía y punto.

No se puede decir que no lo intentara pero nunca consiguió que en su memoria quedara grabada cita alguna y ya no digamos refranes o dichos populares. Falta de memoria o simplemente de interés, el caso es que terminó aborreciendo su uso. De ahí que sólo utilizara ésta y como arma arrojadiza o simple parapeto.

No cabe duda de que hay frases célebres para todos los gustos y situaciones. ¡Y lo que le gusta a la gente apoyarse en ese tipo de citas!

Ante su inutilidad para tales conocimientos y su posterior rechazo, Laura le había dado muchas vueltas al por qué de su uso y disfrute. Según ella sólo cabía tres explicaciones.:

Una, la necesidad de apoyar la propia convicción con las palabras de alguien famoso (lo que denota cierta inseguridad en uno mismo);

dos, porque la persona en cuestión no es capaz de utilizar sus propias palabras (es decir, o no lo ha intentado o tiene poca imaginación)

y tres, porque queda muy culto aprenderse una ristra de frases sacadas de contexto para iluminar cualquier estupidez.

Está claro que Laura era bastante radical en sus conclusiones pero también es cierto que es muy fácil negar lo que uno no puede conseguir o, como diría la zorra de la fábula de Esopo, “¡Ni me agradan, están tan verdes…!” (“La Zorra Y El Racimo De Uvas”)

El pequeño engendro tecnológico encontrado no había excusa para no ponerse a trabajar. Como todo en la vida de Laura, había que seguir unas pautas. Encender ordenador, colocar los diccionarios a la izquierda del teclado, el té a la derecha, escribir contraseña, mirar e-mails, contestar algunos y borrar la mayoría, respirar profundamente y, por fin, abrir el simbolito del pen-drive.

Laura había pasado por varios trabajos desde que dejó la Universidad. A diferencia de su hermana, nunca supo muy bien a qué quería dedicarse. Estudió filología francesa porque le pareció lo más fácil, bueno, ella ya hablaba francés, ¿no? Se dedicó a la enseñanza una temporada (academias y particulares) pero ni tenía paciencia ni malditas las ganas. Trabajó en una librería francesa una temporada pero el volumen de ventas no daba para muchos empleados (eso dijeron). Y finalmente (y gracias a sus padres) entró a trabajar en una empresa de traducciones. Primero documentos sin importancia, luego cuentos infantiles, hasta que un día, por esos avatares del destino, le entregaron su primera novela.

¡Huau! ¡Qué nervios! Y Laura se enfrascó en su lectura con una emoción inusual en ella.

El título era un tanto escueto, “Le Désir” (básicamente, El Deseo) pero dejaba bastante claro el tema de la obra. Bueno, para todos menos para Laura (cegada por la emoción del primer gran encargo o porque simplemente no quería ver lo evidente).

Lo leyó en una tarde y a los tres días ya tenía casi medio libro traducido.

lunes, 10 de mayo de 2010

Lapsus (8)


_ Mamá, es una cosa pequeñita, azul clarito, que se enchufa en el ordenador.

_ Sé perfectamente qué es un pen-drive. Y no, no lo he visto.

_ Estaba encima de la mesa del salón y ahora no está. Alguien lo ha cogido.

_ Yo no.

_ Pregúntale a mi hermana.

Ser madre no implica necesariamente aguantar todas las neurosis de los hijos y mucho menos cargarse con culpas ajenas pero Mamá estaba más que acostumbrada. Eso sí, la condescendencia era algo que podía romperle los nervios a cualquiera. Y Mamá estaba a punto de perder la paciencia. Podía pasar de la total abnegación a la más absoluta necesidad de matar. Respiró hondo y sin mover un ápice el móvil de la oreja se dirigió a su hija mayor.

_ ¿Has cogido tú un pen-drive de encima de la mesa?

Elena, todavía con la sonrisa en los labios y con los ojos ligeramente vidriosos, negó lentamente con la cabeza. Mamá volvió al teléfono.

_ Tú hermana tampoco. Así que búscalo y la próxima vez ten más cuidado con tus cosas.

No hubo tiempo para volcar más culpas ni más quejas. Con un escueto y frío hasta luego, Mamá colgó y dejó a Laura sumida en su maraña sin un mísero espejo en quien proyectar.

_ ¿Otro lapsus?_ Elena parecía volver en si.

_ Hemos venido a comer para hablar de tu exposición no de tu hermana.

¡Y ahora qué ha pasado! Elena se preguntaba por qué los dioses la habían dejado caer en esa familia. Pero bueno, siempre había sido así y además necesitaba la ayuda de su madre así que…

Laura no cejaba en la búsqueda de su pequeño artilugio digital. Cajones, armarios, nevera, horno, microondas, baños… Vale, ha desaparecido, así de claro. No quieren que trabaje, pues no trabajo.

Qué mejor excusa para no trabajar que no tener los medios. Laura se tumbó en el sofá con intención de echarse la siesta e intentar poner freno a la vorágine mental que pretendía asediarla. Pero su cerebro seguía rumiando independientemente de las ganas que tuviera la Laura consciente de dedicarle ni un minuto más a su lapsus matinal o a la pérdida del pen-drive.

Sin ningún aviso previo de su cerebro, Laura se metió la mano en el bolsillo de su vaquero. Et voilà! Ahí estaba el dichoso aparatejo. Laura lo miró con cierta rabia pero sin ninguna sorpresa. ¡No hay nada freudiano en esto!

Esa respuesta inmediata tenía su razón de ser. No se puede negar que su inconsciente trabajaba a más revoluciones de lo normal y casi siempre por libre pero Laura estaba muy harta de que todo el mundo tuviera siempre a mano una lectura propia para cada uno de sus actos. Cuando alguien le decía has hecho esto por esto otro o esto que has dicho significa no sé quépatatín patatán… ella siempre sacaba a colación la única cita que conocía de freud “a veces un puro no es más que un puro” y se quedaba tan ancha.