miércoles, 16 de junio de 2010

Lapsus (12)

Ocho de la mañana. Ducha rápida. Crema antiarrugas y un pelín de rimel.

La cara de Elena era un poema. Dormir pocas horas y un alto nivel de stress no eran precisamente la mejor terapia anti-edad.

Desde bien pequeñita todo el mundo dio por hecho que Elena seguiría los pasos de Mamá. Ya en la escuela infantil alababan sus grandes dotes en todo lo relativo a las artes plásticas. Ese talento al posar sus manitas embadurnadas en pintura sobre su camiseta, ese sutil “es que lo lleva en la sangre”, ese innato don que sólo un profesor puede darte o quitarte desde la más tierna infancia (dios sabe con qué baremos). El caso es que a la joven Elena no le quedó otra. Estudió Bellas Artes en Madrid y aunque sus padres le dieron la posibilidad de ir a París (qué estudiante de Bellas Artes no hubiera dado la vida por ir a estudiar allí), Elena prefirió quedarse y buscarse la vida como diseñadora gráfica. Y le fue bastante bien. Eso no quiere decir que abandonara la pintura, ni mucho menos.

Pablo apareció por la puerta entreabierta del baño.

_ ¿Un café? _ Elena intentaba no meterse el cepillito del rimel en el ojo y esperó a rizar su última pestaña para responder.

_ Vale. Gracias.

Elena se terminó de acicalar. Entró en la cocina recogiéndose el pelo con una coleta al tiempo que empezaba a oirse el maravilloso gorgoteo de la cafetera italiana.

El aroma del café recién hecho alivió visiblemente el cansancio de Elena.

_ ¿Te acostaste muy tarde? Me quedé frito.

_ Sobre las cuatro. Pero por lo menos terminé el tríptico.

Pablo sirvió dos tazas de café. La cocina no daba para mucho, una escaso metro y medio entre encimera y encimera. Elena había cogido la costumbre de desayunar sentada en el borde de una de las encimeras y apoyar los pies en la otra. Y así se tomó el café.

_ ¿Qué has decidido con la exposición?

_ Según mi madre tengo suerte de que la galería haya contado conmigo y encima sin cobrarme.

_ ¿Qué? ¿Además de llevarse la mitad de cualquier venta también te cobran por ponerte en una pared?

_ Claro. Da igual lo que vendas, cuadros, tomates o pescado. El que se lleva siempre la pasta es el intermediario.

Pablo asintió. Cómo no iba a saberlo. Trabajaba en una industria en el que el intermediario era el que decidía si existías o no.

Elena se terminó el café de un sorbo y saltó al suelo.

_ Me voy. ¿Qué vas a hacer hoy?

_ He quedado a las diez con David Acebo. Tiene una peli y quiere que la haga.

_ Genial. Luego me cuentas.

Con el chute de café empezando a hacer efecto, Elena se metió en el metro. En quince minutos estaría en la agencia. Presentar trabajo, cambios de última hora y si no había imprevistos, con suerte podría volver a casa a echarse una siestecilla. Hasta podría salir a cenar con Pablo o incluso al cine.

A Elena le encantaba planificar y no dejar nada al azar. Todo bien atado y controlado. Pero todo a su alrededor era un caos (o ella lo vivía como tal), su familia, su trabajo, la pintura… De ahí su estrés crónico.

Cuando conoció a Pablo fue justamente eso lo que más le atrajo de él. Su trabajo consistía en planificar, en no dejar nada al azar, en tenerlo todo bien atado. Era ayudante de dirección (de cine).

martes, 1 de junio de 2010

Lapsus (11)

_ Mamá, ¿me puedes ayudar un momento?

_ Bien sûr, chérie.

Mamá dejó sus pinceles a un lado y se acercó a su hija.

_¿Tú cómo traducirías esto? _ Y le plantó una hoja delante de sus narices.

_ ¿Todo el folio?

_ No sólo esto, lo que está marcado en rojo.

Mamá lo leyó y sus mejillas se encendieron.

_Ay, Laura, no sé. Perdóname, hija pero es que tengo mucho trabajo.

Mamá intentó zafarse pero Laura le cortó el paso.

_ No seas así mamá, por favor. Ya sé que es un poco… un poco lo que sea pero es muy importante para mi.

_ ¿Esta es la novelita que tenías que traducir?

_ Sí y no sé muy bien qué he hecho mal.

_ ¿Tú cómo lo has traducido?

_ “ Mi mayor deseo es devorarte”

Mamá no sabía muy bien qué opción tomar e intentó ser lo más objetiva posible. Eso sí, armándose de valor. Por una hija lo que sea.

_ A ver, el problema... creo, eh... está en la forma, en el estilo, vamos.

_ Sí, eso me han dicho. ¿Tú cómo lo traducirías?

_ Pues algo así como “Yo lo que quiero es comerte la polla. “

Mamá lo soltó de golpe y sin respirar, a Laura por poco le da un sincope.

_ ¿Qué dices?

_ Es lo que pone ahí, ¿no?

_ ¿Pero tú lo dirías así?

_ Yo no he dicho eso en mi vida.

_ ¿Pero lo escribo así?

_ Es lo que pone.

_ Vale.

_ La próxima vez le preguntas a tu hermana, por favor.

Mamá volvió a sus quehaceres artísticos y Laura salió de la casita sumida en sus pensamientos y en el nuevo reto.

Nunca más se habló de este tema.

Bueno, esa fue la primera experiencia de Laura con la literatura en general y la erótico-festiva en particular. Al final no lo hizo del todo mal. Por suerte, su jefe se dio cuenta con este incidente hacia donde podía encaminar el talento de su empleada.

Así que Laura lleva tres años traduciendo novelas rosa (más o menos sensuales pero poco explícitas) y le va bastante bien. Por lo menos no le falta trabajo.


Al abrir el pen-drive, Laura movió el cursor hasta el documento “A Flor De Piel” y pinchó.

La novela que estaba traduciendo en la actualidad distaba mucho de esa primera experiencia. Su jefe había dado en el clavo. Esto era realmente lo suyo y se movía como pez en el agua.

“… El rumor de las olas del mar enturbiaban aún más su recién descubierta emoción. Sus sentimientos ya no tenían cabida en un único cuerpo y parecían querer escapar por cada poro de su piel. Pero el miedo a lo desconocido sobrevolaba su alma y le impedía dar el paso hacia la felicidad anhelada…”

Laura trabajó hasta tarde.

Elena también.