lunes, 20 de diciembre de 2010

Lapsus (17)

Realmente el mundo de la psicología era un tema que a Laura se le escapaba de las manos. A pesar de las diferentes terapias y todos los años invertidos no conseguía retener nada (y eso que muchos ya habrían conseguido la carrera y varios masters)

Pero cómo pretendían que escribiera un diario si lo olvidaba todo. Y no sólo sus esporádicos lapsus.

Alguna vez, por ejemplo, había hecho el esfuerzo de recordar algo de los temas tratados en alguna sesión pero era salir a la calle y quedarse en blanco.

Aunque confiaba ciegamente en cualquier terapia, no conseguía entrar en comunión con los mecanismos del inconsciente (es decir, que no entendía ni papa). Por mucho que le explicaran escuelas y términos (y por ende superego, superyo, superello, padre, hijo y espíritu santo), su mente se negaba a comprender. Para ella no era más que un lenguaje creado para un exclusivo círculo del que se sentía excluida…

¿Y los sueños? ¡Qué obsesión con los sueños! Rara vez se acordaba de alguno y el simple hecho de pensar en escribirlo hacía que se volatilizara. Por no hablar del momento crítico en el que le pedían que lo comentara e intentara descifrarlo. Laura llegó a convencerse de que el día que recordara un sueño y le encontrara un significado sería el fin de sus males y de sus singladuras psicoanalíticas.

Olvidadiza era un rato pero obsesiva mucho más.

_ Las cosas feas son eso, feas. No se puede escribir nada sobre algo feo. Claro que yo tampoco podría escribir nada sobre cosas bonitas. ¿Y qué me dices de un diario? A ver, ¿qué escribo? Hoy me encuentro mal. Hoy no recuerdo como he llegado a casa pero estoy bien. Mi madre pasa de mí y mi hermana ni te cuento.

Laura gesticulaba y ponía caras mientras le contaba a Pablo (el novio, compañero, pareja, concubino de Elena) sus avatares con el mundo psicoanalítico.

Laura y Elena no eran muy de salir de copas. A las dos les agobiaban los sitios cerrados con mucha gente y mucho ruido (A Laura más, por supuesto). Pero esa noche habían quedado con un grupo de amigos (Sí, aunque parezca mentira tienen amigos comunes) para celebrar el cumpleaños de una antigua compañera de universidad de Elena.

Pablo escuchaba atentamente y sonreía. Aunque a Elena se le escapaban las razones, cuñada y cuñado se llevaban a las mil maravillas.

El mismo día que decidieron vivir juntos, Elena y Pablo también decidieron hacer partícipes de su amor a sus respectivas familias. Comida con los padres de él y cena con Mamá y Laura.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Lapsus (16)

_ ¿Puedo tumbarme hoy?

_ Por supuesto.

Laura se tumbó en el diván, entrelazó sus manos sobre el estómago y se quedó mirando el techo. La psicóloga acercó una pequeña butaca al cabecero y se acomodó con su libreta y su boli preparada para cualquier atisbo de apertura.

Silencio.

_ ¿Por qué has querido tumbarte hoy en el diván?

_ Porque estoy cansada.

Silencio.

_ Yo no entiendo qué problema tiene la gente con la educación.

_ ¿Qué quieres decir?

_ Pues que la gente es muy maleducada. Nadie dice buenos días, ni gracias, ni por favor…

_ ¿Y por qué te molesta tanto?

_ ¿A ti no?

_ Hablamos de ti.

_ Sí, claro… Pues porque es feo.

_ Feo.

_ Sí, feo.

_ ¿Te molestan las cosas feas?

_ No sé… Sí . Lo feo es feo y no me gusta.

_ ¿Por qué?

_ Pues porque es feo.

_ Cómo definirías tú algo feo.

_ Pues, hombre, hay unas leyes básicas pero supongo que es algo subjetivo.

_ ¿Entonces?

_ ¿Entonces, ¿qué?

_ ¿Qué es para ti algo feo?

A Laura le vino una imagen a la cabeza. En realidad no quería verla, ni siquiera la llamó, pero ahí estaba.

_ Un payaso al óleo.

_ Ya. Imagínate que lo tienes delante ¿Qué sientes?

_ El otro día tuve otro lapsus.

Laura le narró a su psicóloga el último episodio en la galería de arte y le describió con pelos y señales el cuadro del payaso. Los cuarenta y cinco minutos de sesión no dieron para mucho más pero el simple hecho de traducirlo a palabras alivió la creciente ansiedad de Laura.

_ Para la próxima sesión, me gustaría que pensaras en cosas que a ti te parecen feas y que escribas las sensaciones que te provocan. Sin pensarlo demasiado, sólo lo que te venga a la cabeza.

Pues sí. No le vale con machacarme y cobrarme un pastón sino que encima me manda deberes. ¡Y deberes escritos!

Casi todos los terapeutas que la habían tratado, y sobre todo ésta última, le habían aconsejado que llevara un diario pero a Laura ni le apetecía ni entendía qué bien podía hacerle.

_No es un ejercicio de reflexión, todo lo contrario. Hay que dejar la mente en blanco, abandonarse y dejar que la mano escriba sola._ Eso decían todos.

_ Ni que estuviera poseída por el espíritu de Cervantes._ pensaba Laura.

Lo de dejar la mente en blanco, como que no. Ya le gustaría. Y lo de llevar un diario…