_ ¿Puedo tumbarme hoy?
_ Por supuesto.
Laura se tumbó en el diván, entrelazó sus manos sobre el estómago y se quedó mirando el techo. La psicóloga acercó una pequeña butaca al cabecero y se acomodó con su libreta y su boli preparada para cualquier atisbo de apertura.
Silencio.
_ ¿Por qué has querido tumbarte hoy en el diván?
_ Porque estoy cansada.
Silencio.
_ Yo no entiendo qué problema tiene la gente con la educación.
_ ¿Qué quieres decir?
_ Pues que la gente es muy maleducada. Nadie dice buenos días, ni gracias, ni por favor…
_ ¿Y por qué te molesta tanto?
_ ¿A ti no?
_ Hablamos de ti.
_ Sí, claro… Pues porque es feo.
_ Feo.
_ Sí, feo.
_ ¿Te molestan las cosas feas?
_ No sé… Sí . Lo feo es feo y no me gusta.
_ ¿Por qué?
_ Pues porque es feo.
_ Cómo definirías tú algo feo.
_ Pues, hombre, hay unas leyes básicas pero supongo que es algo subjetivo.
_ ¿Entonces?
_ ¿Entonces, ¿qué?
_ ¿Qué es para ti algo feo?
A Laura le vino una imagen a la cabeza. En realidad no quería verla, ni siquiera la llamó, pero ahí estaba.
_ Un payaso al óleo.
_ Ya. Imagínate que lo tienes delante ¿Qué sientes?
_ El otro día tuve otro lapsus.
Laura le narró a su psicóloga el último episodio en la galería de arte y le describió con pelos y señales el cuadro del payaso. Los cuarenta y cinco minutos de sesión no dieron para mucho más pero el simple hecho de traducirlo a palabras alivió la creciente ansiedad de Laura.
_ Para la próxima sesión, me gustaría que pensaras en cosas que a ti te parecen feas y que escribas las sensaciones que te provocan. Sin pensarlo demasiado, sólo lo que te venga a la cabeza.
Pues sí. No le vale con machacarme y cobrarme un pastón sino que encima me manda deberes. ¡Y deberes escritos!
Casi todos los terapeutas que la habían tratado, y sobre todo ésta última, le habían aconsejado que llevara un diario pero a Laura ni le apetecía ni entendía qué bien podía hacerle.
_No es un ejercicio de reflexión, todo lo contrario. Hay que dejar la mente en blanco, abandonarse y dejar que la mano escriba sola._ Eso decían todos.
_ Ni que estuviera poseída por el espíritu de Cervantes._ pensaba Laura.
Lo de dejar la mente en blanco, como que no. Ya le gustaría. Y lo de llevar un diario…
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