lunes, 6 de junio de 2011

Lapsus (21)

Elena miraba su cuadro encaramado en su propio altar.

Había ido a su estudio a empaquetar los tres lienzos que había escogido para llevarlos a la galería. Quedaba una semana para la inauguración de la Feria y los nervios empezaban a llamar a la puerta.

No era la primera vez que Elena exponía y había un par de galerías (supermercados de arte) que de tanto en tanto sacaban a la luz algún cuadro suyo.

Pero siempre había nervios. Da igual cuántas veces hubiera pasado por ese infierno.

Elena seguía sin recordar cómo y cuándo había terminado su obra de forma tan precisa y redonda. Pero lo peor era la terrible pregunta que le empezaba a rondar y que intentaba espantar como a una mosca cojonera.

¿Fue ella quien lo hizo?

La mosca seguía ahí. Su batir de alas ocupaba cada vez más espacio en el cerebro de Elena.

Y si no fue ella, ¿quién?

Había otro juego de llaves en casa de su madre. Pero no se imagina a Mamá yendo a su estudio y mucho menos tocando sus obras. Mamá era más del estilo de tirar la piedra y ni siquiera esconder la mano, es decir, de la crítica constructiva (hiriente en cualquier caso). Soltaría un “A eso le falta un no sé qué”, se quedaría tan pancha y cambiaría de tema. En eso era igual que Laura.

¿Laura?

No, Laura pasaba de la pintura. Nunca le había interesado lo más mínimo y no sabría hacer ni un círculo a mano alzada (o la “O” con un canuto).

El caso es que estaba hecho y bien hecho, no había que darle más vueltas.

Elena bajó el lienzo del caballete con mucho cuidado. Lo envolvió con plástico de burbujas, le colocó unas cantoneras de cartón, lo protegió con unas planchas de contrachapado a medida y vuelta a las burbujas.

Ahora había que llevarlos a la galería, ellos se encargarían de trasladar todas las obras a la exposición.

Lo lógico hubiera sido contratar una empresa de transportes pero eso no entraba en los planes de Elena. Ni se fiaba ni tenía presupuesto.

Una de las primeras cosas que había aprendido como artista es que los cuadros no debían ser muy grandes. Primero y más importante, la gente que pretende comprar una obra de un pintor desconocido no suele tener paredes inmensas en salones diáfanos (cuando ya se es famoso uno puede hacer lo que le de la gana y siempre habrá alguna pared para tu obra). Y lo segundo (tampoco vale para ricos y afamados artistas), el propio creador tiene que ser capaz de mover y trasladar su obra.

Había que ser práctico.

Mientras Elena embalaba y bajaba los cuadros a la calle, Pablo no había dejado de dar vueltas a la manzana. Encontrar aparcamiento en esa zona era misión imposible y quedarse parado en la calle frente al portal, misión suicida (la estrechez de la calle sólo permitía el paso de un coche y en muchos casos llevándose por delante una ristra de retrovisores), a menos que tuvieras la pachorra (y Pablo no la tenía) de quedarte parado haciendo oídos sordos a pitidos e insultos.

viernes, 18 de marzo de 2011

Lapsus (20)

Aunque a Elena ese tipo de personas le ponía enferma no podía negar que sentía cierta envidia. Individuos que se creían poseedores de la verdad absoluta sin conocimiento alguno y que se sentían tocados de la mano de dios. Sí, eran seres ignorantes y sin talento pero tenían el don de encandilar, de convencer a lo demás, de suscitar un respeto y una admiración inmerecidos.

Claro, dices eso de mí porque yo tengo éxito y tú no. Yo vivo (y muy bien) de mi obra y tú vives a la sombra de tu madre.

Este era el siguiente pensamiento de Elena.

Vale, seguramente su primer pensamiento era el acertado, ¿pero qué más daba?

Elena no podía dejar de mirar al nuevo profeta del arte moderno.

Un insecto atraído por la luz, así se sentía ella y lo peor, no lo podía evitar.

_ Pero yo no veo que destiles sufrimiento y feo eres un rato.

Una pequeña voz había surgido de la nada. ¡Laura! Elena no daba crédito. La ingenuidad de su hermanita a veces conseguía emocionarla (sobre todo si era para rebatir a ese engreído).

¡Ah! Pero hay gente con respuesta para todo. El gran maestro no estaba dispuesto a amilanarse.

_ Cuando alguien no sabe qué decir siempre echa mano del insulto. _ Y lo dijo tal cual, con ese tono tan sutil, tan… tan capaz de sacar de sus casillas a cualquiera. Bueno, a cualquiera menos a Laura.

_ Yo no te he insultado. Constato una realidad, eres muy feo.

_ Ni lo soy ni veo qué tiene que ver. Hablamos de arte.

_ Pues eso. Atormentada o no, una persona no puede crear nada bello a menos que lleve la belleza dentro y sobre todo que la reconozca. Tú eres feo y no lo ves.

_ ¿Tu hermana no se atreve a decírmelo y te manda a ti?

Cambio de estrategia pero…

¡Hasta ahí podíamos llegar!

Elena se acercó en dos zancadas y se encaró con el susodicho.

_ No, no la he mandado yo pero ha dicho exactamente lo que pienso. Venga vamos.

Sin más explicaciones, Elena cogió del brazo a su hermana y se la llevó de allí.

_ ¿Por qué? Me lo estaba pasando genial.

_ Porque no quiero que te quemes.

Elena no soltó a su hermana hasta que encontró de nuevo a Pablo apoyado en la barra y con una cerveza en cada mano.

_ ¿Dónde estabas? Ah, qué bien, has encontrado a Laura.

_ Oye, ¿cómo se hace alguien del Facebook?

_ ¿Qué?... Ya está, te quemaste.

_ ¿Te enfadas conmigo porque te digo que escribas un blog y ahora quieres entrar en Facebook?

Lo bueno de Laura es que nunca deja de sorprenderte. Da igual que te caiga bien o mal.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Lapsus (19)

Es difícil luchar contra un enemigo que no reconocemos, es más fácil atacar su reflejo, su disfraz de realidad. Y para eso hay que nombrarlo.

O no. Qué más da conocer los nombres si no sabemos de qué hablamos, si no sabemos utilizar las palabras… Si no sabemos percibir ni experimentar lo que sentimos.

Sería un buen tema para el blog de Laura.

Claro que Laura no escribe ningún blog.

Paranoica. Paranoica es la palabra. Por lo menos la palabra que usan muchos para describir ciertos aspectos de Laura. A ella en cambio le gusta más denominarse hipersensible. (Bueno, en realidad no lo hace, ella es como es y no ha tenido la necesidad de buscarse un adjetivo, pero si lo hiciera, hipersensible se adecuaría más.)

_ ¡Será gilipollas!

Elena se ha acercado a Pablo abandonando una discusión que la estaba sacando de quicio.

_ ¿Quién?_ Pablo siempre pendiente y dispuesto.

_ Pues un imbécil que dice que soy lo menos parecido a un artista.

_¿Y eso qué quiere decir?

_ No lo sé pero cuando me han entrado ganas de partirle la cara he preferido no profundizar más en el tema.

Elena mira a su alrededor.

_ ¿Y mi hermana?

_ Entró en barrena. No sé si se ha ido o está por ahí escondida.

_ ¿Qué le has dicho?

_ Que escribiera un blog.

_ Ah, pues muy bien.

Muy bien, ¿qué? Muy bien que escribiera un blog, muy bien que se lo hubiera propuesto, muy bien pero me estoy poniendo celosa o muy bien pero me importa un bledo.

Pablo había aprendido a no hacer más preguntas de las necesarias. A veces los pensamientos tanto de Elena como de Laura se movían en unas frecuencias que distaban mucho de las de los demás. Para ellas cualquier cosa que saliera de sus bocas resultaba de lo más obvio, para los demás, un enrevesado mundo lleno de significados.

_ Muy bien , ¿qué?

¿Qué había pasado? ¿Sería el alcohol? Qué osadía.

_ Muy bien, nada. ¿Nos tomamos otra copa?

¿Tanto coraje para eso? En qué hora se le había ocurrido preguntar.

Ya en la barra, Elena reparó en el tipo del que había huido minutos antes. No podía oírle, pero sí podía ver como gesticulaba y se aferraba a sus argumentos sin permitir la más minima intrusión.

lunes, 31 de enero de 2011

Lapsus 18

A pesar de su pasado feminista (bueno, feminista sigue siendo aunque como siempre, todo a su manera), y como cualquier madre que se precie, Mamá buscaba en sus futuros yernos a salvadores en potencia de sus hijas. Gen atrofiado o herencia subconsciente el caso es que ahí está. Y aunque lo nieguen, en un mayor o menor nivel de conciencia no hay madre que no se pregunte qué habrá encontrado este chico tan majo en la loca de mi hija.

Mamá estaba encantada, un chico educado, culto, guapo y enamorado. Todo jugaba a favor de Pablo (y aunque no fuera así a Elena le hubiera importado bien poco).

Esperemos que la niña se porte bien con él. Otra frase negada por centenares de madres pero cierta.

Pero más encantada aún estaba Laura. Desde el primer momento en que le vio supo que Pablo sería su alma gemela. ¡Vale! Eso sólo pasa en las novelas que traduce Laura pero realmente ella se sintió así. No es que Laura se enamorara perdidamente, por lo menos no como lo entendería la mayoría de la gente. Se sintió como si alguien hubiera abierto una puerta de su zulo particular dejando entrar la luz y el oxigeno y le tendiera una mano.

Coup de foudre, flechazo cósmico o expectativas irracionales. Tanto da que da lo mismo. Laura estaba feliz. Por fin su hermana hacía algo bueno por ella, aunque ni siquiera lo supiera.

Lo más curioso fue cuando llegaron a casa tras la cena. Mamá no dejaba de hablar de lo guapo y atractivo que era Pablo. Pero Laura, por más esfuerzos que hiciera, ni siquiera recordaba de qué color tenía los ojos o el pelo, si era alto o gordo…

Sí, Pablo escuchaba y lo mejor, Laura se sentía escuchada.

_ Pues a mi me parece una idea estupenda.

_ ¿El qué?

_ Que escribas un diario_ Laura no daba crédito.

_ ¿Has tenido un mal día?¿Hay mucho ruido y no me has oído bien? ¿Te han abducido?

_ Mejor aún, un blog.

_ ¡QUÉÉÉÉ!!!!!!

_ En serio. Cada día un pensamiento.

_ Yo no pienso.

_ Pues algo que te haya pasado durante el día.

_ Nunca me pasa nada y si pasa lo olvido.

_ Vale, pues nada, era sólo una idea.

_ Una pésima idea.

¿Qué había pasado? ¿Pablo ya no la entendía? ¿O es que nunca la había entendido y era todo una farsa? Seguro que su hermana y él se reirían de ella esa noche. ¿O lo habían hecho desde el principio?

Laura caía en la decepción a la velocidad de la luz .

Si uno se fijaba con atención podía ver claramente como un velo caía por delante de sus ojos. Una especie de ala negra de plumas brillantes la separaba de repente de la realidad y una serie de sentimientos y emociones la inundaban en tropel. Eran sensaciones que conocía muy bien pero a las que no sabía poner nombre.

Todo lo que tiene nombre es clasificable, conocido, cercado, manipulado. El nombre es importante, sin él cualquier cosa deja de existir y peor aún , somos incapaces de controlarlo y termina dominándonos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Lapsus (17)

Realmente el mundo de la psicología era un tema que a Laura se le escapaba de las manos. A pesar de las diferentes terapias y todos los años invertidos no conseguía retener nada (y eso que muchos ya habrían conseguido la carrera y varios masters)

Pero cómo pretendían que escribiera un diario si lo olvidaba todo. Y no sólo sus esporádicos lapsus.

Alguna vez, por ejemplo, había hecho el esfuerzo de recordar algo de los temas tratados en alguna sesión pero era salir a la calle y quedarse en blanco.

Aunque confiaba ciegamente en cualquier terapia, no conseguía entrar en comunión con los mecanismos del inconsciente (es decir, que no entendía ni papa). Por mucho que le explicaran escuelas y términos (y por ende superego, superyo, superello, padre, hijo y espíritu santo), su mente se negaba a comprender. Para ella no era más que un lenguaje creado para un exclusivo círculo del que se sentía excluida…

¿Y los sueños? ¡Qué obsesión con los sueños! Rara vez se acordaba de alguno y el simple hecho de pensar en escribirlo hacía que se volatilizara. Por no hablar del momento crítico en el que le pedían que lo comentara e intentara descifrarlo. Laura llegó a convencerse de que el día que recordara un sueño y le encontrara un significado sería el fin de sus males y de sus singladuras psicoanalíticas.

Olvidadiza era un rato pero obsesiva mucho más.

_ Las cosas feas son eso, feas. No se puede escribir nada sobre algo feo. Claro que yo tampoco podría escribir nada sobre cosas bonitas. ¿Y qué me dices de un diario? A ver, ¿qué escribo? Hoy me encuentro mal. Hoy no recuerdo como he llegado a casa pero estoy bien. Mi madre pasa de mí y mi hermana ni te cuento.

Laura gesticulaba y ponía caras mientras le contaba a Pablo (el novio, compañero, pareja, concubino de Elena) sus avatares con el mundo psicoanalítico.

Laura y Elena no eran muy de salir de copas. A las dos les agobiaban los sitios cerrados con mucha gente y mucho ruido (A Laura más, por supuesto). Pero esa noche habían quedado con un grupo de amigos (Sí, aunque parezca mentira tienen amigos comunes) para celebrar el cumpleaños de una antigua compañera de universidad de Elena.

Pablo escuchaba atentamente y sonreía. Aunque a Elena se le escapaban las razones, cuñada y cuñado se llevaban a las mil maravillas.

El mismo día que decidieron vivir juntos, Elena y Pablo también decidieron hacer partícipes de su amor a sus respectivas familias. Comida con los padres de él y cena con Mamá y Laura.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Lapsus (16)

_ ¿Puedo tumbarme hoy?

_ Por supuesto.

Laura se tumbó en el diván, entrelazó sus manos sobre el estómago y se quedó mirando el techo. La psicóloga acercó una pequeña butaca al cabecero y se acomodó con su libreta y su boli preparada para cualquier atisbo de apertura.

Silencio.

_ ¿Por qué has querido tumbarte hoy en el diván?

_ Porque estoy cansada.

Silencio.

_ Yo no entiendo qué problema tiene la gente con la educación.

_ ¿Qué quieres decir?

_ Pues que la gente es muy maleducada. Nadie dice buenos días, ni gracias, ni por favor…

_ ¿Y por qué te molesta tanto?

_ ¿A ti no?

_ Hablamos de ti.

_ Sí, claro… Pues porque es feo.

_ Feo.

_ Sí, feo.

_ ¿Te molestan las cosas feas?

_ No sé… Sí . Lo feo es feo y no me gusta.

_ ¿Por qué?

_ Pues porque es feo.

_ Cómo definirías tú algo feo.

_ Pues, hombre, hay unas leyes básicas pero supongo que es algo subjetivo.

_ ¿Entonces?

_ ¿Entonces, ¿qué?

_ ¿Qué es para ti algo feo?

A Laura le vino una imagen a la cabeza. En realidad no quería verla, ni siquiera la llamó, pero ahí estaba.

_ Un payaso al óleo.

_ Ya. Imagínate que lo tienes delante ¿Qué sientes?

_ El otro día tuve otro lapsus.

Laura le narró a su psicóloga el último episodio en la galería de arte y le describió con pelos y señales el cuadro del payaso. Los cuarenta y cinco minutos de sesión no dieron para mucho más pero el simple hecho de traducirlo a palabras alivió la creciente ansiedad de Laura.

_ Para la próxima sesión, me gustaría que pensaras en cosas que a ti te parecen feas y que escribas las sensaciones que te provocan. Sin pensarlo demasiado, sólo lo que te venga a la cabeza.

Pues sí. No le vale con machacarme y cobrarme un pastón sino que encima me manda deberes. ¡Y deberes escritos!

Casi todos los terapeutas que la habían tratado, y sobre todo ésta última, le habían aconsejado que llevara un diario pero a Laura ni le apetecía ni entendía qué bien podía hacerle.

_No es un ejercicio de reflexión, todo lo contrario. Hay que dejar la mente en blanco, abandonarse y dejar que la mano escriba sola._ Eso decían todos.

_ Ni que estuviera poseída por el espíritu de Cervantes._ pensaba Laura.

Lo de dejar la mente en blanco, como que no. Ya le gustaría. Y lo de llevar un diario…

martes, 30 de noviembre de 2010

Lapsus (15)

_Oye! Oye!

Laura esperaba en la acera que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar.

_Oye! Oye!

Una especie de interferencia cacofónica se introdujo en sus pensamientos pero no tenía intención de darle mucha importancia.

_Oye, tú!

Laura sintió una pequeña punzada de odio pero decidió bajar al mundo de los mortales y hacer caso al graznido. Buscó con la mirada y vio a una tipeja que le hacía gestos desde la ventanilla de un coche parado a escasos centímetros.

_ Joder, por fin.

Laura la miraba como si no fuera con ella, como quien ve de pasada un documental de bichos extraños de un lejano país.

_ ¿Dónde está la calle Garcilaso?

_ Lo de Buenos días, por favor, quedó en desuso, ¿no?

_ ¿Qué?

_ Quoi, quoi. Il n’ya que les canards qui font quoi, quoi. _ Frase grabada a fuego para cualquiera que tenga una madre francesa. Para el que no la tenga, la traducción es simple: ¿Qué? Se traduce Quoi? Que suena tal que cua. Conclusión : Cua, cua. Sólo los patos hacen cua, cua.

El caso es que la chica del coche ni sabía francés ni falta que le hacía y como única respuesta, Laura recibió una mirada de asco y un audible Esta tía es gilipollas.

El semáforo se puso en verde para los peatones y Laura abandonó a su suerte a su interlocutora.

Va a ser eso, soy gilipollas. Mira que no darle un puñetazo en esa cara de …

Ya quedó claro el bajo nivel de tolerancia de Laura.

Laura siguió su camino. Era media mañana y el sol, que en ese momento debía estar atravesando el agujero de la capa de ozono, atacaba cruelmente a los pobres viandantes. De las tres chaquetas con las que salió Laura de su casa, dos reposaban en su antebrazo.

El otoño madrileño tiene sus admiradores y sus retractores (como todo en esta vida). Al sol, el calor es insoportable, a la sombra, el frío te atraviesa la médula espinal. Así que cualquier madrileño que se precie termina teniendo complejo de cebolla. Diferentes capas de chaquetas van cambiando de lugar a lo largo del día.

Laura se dirigía a su cita semanal con su psicóloga.

Desde los dieciséis años, Laura había recorrido un largo trayecto en lo que actualmente se denomina conocimiento personal. No cabe duda que recorrer un largo camino no implica necesariamente haber aprendido algo. Terapias freudianas, junguianas, conductistas, cognitivas, farmacológicas (drogas en general). Todo tipo de terapias alternativas, tradicionales, new age o supermodernas habían dejado poca mella en ella. Pero Laura no se daba por vencida.

Para su hermana Elena todo este enganche no era más que eso, un enganche, una adicción como otra cualquiera. Para su madre, una bendición (toda la mierda que Laura depositara en otra persona no tendría que tragársela ella).

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Lapsus (14)

Al abrir la puerta, el olor a pintura, aguarrás, cola (y demás productos utilizables en artes plásticas) hubiera derribado a cualquier ser humano. Para Elena era como entrar en trance. Como traspasar un umbral de otra dimensión en el que todas las cargas innecesarias se quedaban del otro lado.

Esos 30 metros cuadrados eran ella. Todo blanco, luminoso, limpio y ordenado salvo el cuadrante del caos.

Había que poner límites, planificar el espacio. En una esquina junto al primer ventanal, un futón hacía las veces de salón y dormitorio; reflexión y quietud delimitados a medio metro por una estantería hasta el techo. Del otro lado, el universo paralelo. El movimiento y la intuición. El yin y el yang. Estantes y tableros con patas repletos de botes, pinceles, trapos, recortes de revistas, papeles, cajitas, hilos, tijeras, lienzos en blanco, lienzos terminados y apilados… y color, mucho color. Y en el centro del caos, reclamando la atención y seguro de su protagonismo un caballete sostenía un lienzo a medio terminar.

Elena dejó su mochila y una bolsita con sandwiches de Rodilla sobre la encimera de la mini cocina y se fue directa al caballete. Llevaba unos meses experimentando con lo que ahora llamaban pop industrial; collages de residuos, acrílicos... Una técnica mixta donde todo tenía cabida

Dentro de una estricta planificación el eclecticismo se abría paso pero sólo a primera vista. Bordes vírgenes abiertos al infinito daban paso a un estricto encuadre que encerraba todo un mundo de color y formas. Todo bien estudiado y planificado. Eso, sí, había que explicarlo, traducirlo a cualquier mirada neófita.

Elena recordaba cada pincelada, cada papelito encolado, cada grieta, cada montículo, cada chincheta con su dibujito. Uno de los círculos en el plano superior derecho aparecía ahora abierto y una casi imperceptible manchita roja parecía escapar de él.

Una pequeña punzada le atravesó el estómago. ¿Qué era eso? Estaba segura que ella no había dibujado esa mancha, ¿o sí? Debía ser el stress.

Se alejó un par de pasos y observó el conjunto. Ese imperceptible estropicio rojo culminaba el trabajo. Sí, estaba terminado.

Vale, pero ¿cuándo lo hice? , espero no sufrir lapsus como mi hermana.

Pero no, Elena era más racional, ella no olvidaba nada, ella lo controlaba todo, por dentro y por fuera.

No quiso pensar más en ello y se fue directa a hincarle el diente a sus sandwiches.

miércoles, 7 de julio de 2010

Lapsus (13)

Coincidieron en una fiesta de una agencia de publicidad. Les presentó un amigo común. Aunque no se puede negar que hubo cierta atracción a primera vista fue al contarle Pablo cual era su función en un rodaje cuando se quedó prendada de él.

_ Antes de rodar hay unas semanas de preparación. Y básicamente hay que encajarlo todo en unos días de rodaje. A veces es sencillo y a veces algo más complicado.

_ ¿Y si hay imprevistos?

_ Siempre los hay. Cuanto mejor se prepare el rodaje más soluciones habrá.

_ ¿Y si llueve? ¿Y si se pone enfermo un actor?¿Y si se estropea la cámara? ¿Y si hay huelga de metro?¿Y si…?

Elena no paró de acribillarle a preguntas intentando pillarle en algún renuncio pero Pablo tenía respuesta para todo. Elena estuvo a punto de tener un orgasmo allí mismo.

Esa noche terminaron en el apartamento de Pablo (donde sí tuvo lugar el orgasmo) y hasta ahora. La cosa fue de lo más natural, como si su relación hubiera estado planificada de antemano.

La primera semana no salieron del apartamento; en la segunda, Elena ya tenía un hueco en la repisa del lavabo; la tercera y la cuarta las pasaron juntos en la playa. A la vuelta, ya habían decidido que vivirían juntos.

Y así llevan 3 años de natural y planificada convivencia (o, como le gusta decir a Laura, en alegre concubinato).

Como era de suponer, las cosas en la agencia no salieron como Elena había decidido. Los cambios de última hora le ocuparon todo el santo el día y encima se llevaría trabajo a casa. Y todo para nada, para terminar volviendo al primer boceto. Sólo había una cosa que odiara más que la creatividad de un cliente, las indecisiones.

Vale, el cliente paga, el cliente opina, el cliente siempre tiene razón y tu creatividad y tu tiempo les pertenece pero por favor, que no duden.

Para alterar aún más sus intentos de planificación, Pablo le mandó un mensaje a media tarde: “Ceno con David. Mañana te cuento. Bs.”

Eran las ocho y empezaba a anochecer. Elena había salido de la agencia con la cabeza embotada y prefirió volver a casa caminando. Tardaría una media hora pero necesitaba tomar el aire y vaciarse de tipografías, tamaños de letra, pantones y, sobre todo, indecisiones ajenas.

Su mayor enemigo era La Responsabilidad. Hay que hacer lo que hay que hacer. Los excesos de responsabilidad terminaban siempre haciendo mella en su salud. Dolor de espalda, de estómago, de cabeza… Por suerte no sufría el continuo ruido cerebral de su hermana y un buen paseo solía acallar las voces y los tironeos. Pero esa noche, su Rottenmayer interna no tenía intención de abandonar. Si no era el dichoso tríptico, era la exposición. El caso era no poder disfrutar de las efímeras tonalidades violetas y anaranjadas del cielo madrileño.

A medio camino se lo pensó mejor y decidió pasarse por su estudio. Allí no habría nada de comer así que paró un segundo, se preguntó qué le apetecería cenar y dónde conseguirlo y cambió el rumbo.

Cuando Elena se instaló con todos sus enseres en el apartamento de Pablo, los dos decidieron mantener el pequeño estudio donde Elena había estado viviendo y trabajando desde que dejó el nido familiar (poco después de recibir su primer sueldo).

No es que Elena necesitara la aprobación de Pablo, es que, por raro que parezca, estaban de acuerdo en todo.

El pequeño estudio estaba detrás de Las Cortes, a tiro de piedra de los tres museos más importantes de Madrid. Grandiosos templos (como le había inculcado Mamá) donde Elena se sentía como pez en el agua.

Lo encontró gracias a un post-it caído del tablón de anuncios de su primer trabajo. 30 m2 diáfanos con cocina americana y baño con ducha. Muy luminoso. Recién reformado. Esa misma tarde fue a verlo. A los 2 días estaba firmando el contrato de arrendamiento.

miércoles, 16 de junio de 2010

Lapsus (12)

Ocho de la mañana. Ducha rápida. Crema antiarrugas y un pelín de rimel.

La cara de Elena era un poema. Dormir pocas horas y un alto nivel de stress no eran precisamente la mejor terapia anti-edad.

Desde bien pequeñita todo el mundo dio por hecho que Elena seguiría los pasos de Mamá. Ya en la escuela infantil alababan sus grandes dotes en todo lo relativo a las artes plásticas. Ese talento al posar sus manitas embadurnadas en pintura sobre su camiseta, ese sutil “es que lo lleva en la sangre”, ese innato don que sólo un profesor puede darte o quitarte desde la más tierna infancia (dios sabe con qué baremos). El caso es que a la joven Elena no le quedó otra. Estudió Bellas Artes en Madrid y aunque sus padres le dieron la posibilidad de ir a París (qué estudiante de Bellas Artes no hubiera dado la vida por ir a estudiar allí), Elena prefirió quedarse y buscarse la vida como diseñadora gráfica. Y le fue bastante bien. Eso no quiere decir que abandonara la pintura, ni mucho menos.

Pablo apareció por la puerta entreabierta del baño.

_ ¿Un café? _ Elena intentaba no meterse el cepillito del rimel en el ojo y esperó a rizar su última pestaña para responder.

_ Vale. Gracias.

Elena se terminó de acicalar. Entró en la cocina recogiéndose el pelo con una coleta al tiempo que empezaba a oirse el maravilloso gorgoteo de la cafetera italiana.

El aroma del café recién hecho alivió visiblemente el cansancio de Elena.

_ ¿Te acostaste muy tarde? Me quedé frito.

_ Sobre las cuatro. Pero por lo menos terminé el tríptico.

Pablo sirvió dos tazas de café. La cocina no daba para mucho, una escaso metro y medio entre encimera y encimera. Elena había cogido la costumbre de desayunar sentada en el borde de una de las encimeras y apoyar los pies en la otra. Y así se tomó el café.

_ ¿Qué has decidido con la exposición?

_ Según mi madre tengo suerte de que la galería haya contado conmigo y encima sin cobrarme.

_ ¿Qué? ¿Además de llevarse la mitad de cualquier venta también te cobran por ponerte en una pared?

_ Claro. Da igual lo que vendas, cuadros, tomates o pescado. El que se lleva siempre la pasta es el intermediario.

Pablo asintió. Cómo no iba a saberlo. Trabajaba en una industria en el que el intermediario era el que decidía si existías o no.

Elena se terminó el café de un sorbo y saltó al suelo.

_ Me voy. ¿Qué vas a hacer hoy?

_ He quedado a las diez con David Acebo. Tiene una peli y quiere que la haga.

_ Genial. Luego me cuentas.

Con el chute de café empezando a hacer efecto, Elena se metió en el metro. En quince minutos estaría en la agencia. Presentar trabajo, cambios de última hora y si no había imprevistos, con suerte podría volver a casa a echarse una siestecilla. Hasta podría salir a cenar con Pablo o incluso al cine.

A Elena le encantaba planificar y no dejar nada al azar. Todo bien atado y controlado. Pero todo a su alrededor era un caos (o ella lo vivía como tal), su familia, su trabajo, la pintura… De ahí su estrés crónico.

Cuando conoció a Pablo fue justamente eso lo que más le atrajo de él. Su trabajo consistía en planificar, en no dejar nada al azar, en tenerlo todo bien atado. Era ayudante de dirección (de cine).

martes, 1 de junio de 2010

Lapsus (11)

_ Mamá, ¿me puedes ayudar un momento?

_ Bien sûr, chérie.

Mamá dejó sus pinceles a un lado y se acercó a su hija.

_¿Tú cómo traducirías esto? _ Y le plantó una hoja delante de sus narices.

_ ¿Todo el folio?

_ No sólo esto, lo que está marcado en rojo.

Mamá lo leyó y sus mejillas se encendieron.

_Ay, Laura, no sé. Perdóname, hija pero es que tengo mucho trabajo.

Mamá intentó zafarse pero Laura le cortó el paso.

_ No seas así mamá, por favor. Ya sé que es un poco… un poco lo que sea pero es muy importante para mi.

_ ¿Esta es la novelita que tenías que traducir?

_ Sí y no sé muy bien qué he hecho mal.

_ ¿Tú cómo lo has traducido?

_ “ Mi mayor deseo es devorarte”

Mamá no sabía muy bien qué opción tomar e intentó ser lo más objetiva posible. Eso sí, armándose de valor. Por una hija lo que sea.

_ A ver, el problema... creo, eh... está en la forma, en el estilo, vamos.

_ Sí, eso me han dicho. ¿Tú cómo lo traducirías?

_ Pues algo así como “Yo lo que quiero es comerte la polla. “

Mamá lo soltó de golpe y sin respirar, a Laura por poco le da un sincope.

_ ¿Qué dices?

_ Es lo que pone ahí, ¿no?

_ ¿Pero tú lo dirías así?

_ Yo no he dicho eso en mi vida.

_ ¿Pero lo escribo así?

_ Es lo que pone.

_ Vale.

_ La próxima vez le preguntas a tu hermana, por favor.

Mamá volvió a sus quehaceres artísticos y Laura salió de la casita sumida en sus pensamientos y en el nuevo reto.

Nunca más se habló de este tema.

Bueno, esa fue la primera experiencia de Laura con la literatura en general y la erótico-festiva en particular. Al final no lo hizo del todo mal. Por suerte, su jefe se dio cuenta con este incidente hacia donde podía encaminar el talento de su empleada.

Así que Laura lleva tres años traduciendo novelas rosa (más o menos sensuales pero poco explícitas) y le va bastante bien. Por lo menos no le falta trabajo.


Al abrir el pen-drive, Laura movió el cursor hasta el documento “A Flor De Piel” y pinchó.

La novela que estaba traduciendo en la actualidad distaba mucho de esa primera experiencia. Su jefe había dado en el clavo. Esto era realmente lo suyo y se movía como pez en el agua.

“… El rumor de las olas del mar enturbiaban aún más su recién descubierta emoción. Sus sentimientos ya no tenían cabida en un único cuerpo y parecían querer escapar por cada poro de su piel. Pero el miedo a lo desconocido sobrevolaba su alma y le impedía dar el paso hacia la felicidad anhelada…”

Laura trabajó hasta tarde.

Elena también.

lunes, 24 de mayo de 2010

Lapsus (10)

En la editorial le pidieron que enviase el primer capítulo para ver el estilo e ir corrigiendo.

Laura estaba emocionada, Mamá temía el batacazo. Su hija y el término medio no habían llegado a conocerse todavía. O todo lo que hacía era una mierda o rozaba la excelencia, daba igual la opinión de los demás o el trabajo en si y eso sólo dependía de un clic en su cabeza. Bueno, tampoco hay que exagerar, en realidad la opinión ajena sí hacía mella en ella, sobre todo cuando ésta era negativa. Resultado: ataque de pánico.

Ese día, Laura basculaba hacia la excelencia. Se sentía orgullosa de si misma y de su traducción. Se recreaba imaginando la cara de satisfacción del editor y esperaba con ansiedad la posterior e inmediata llamada alabando su excelente trabajo.

Dicho y hecho. A la mañana siguiente recibió a primera hora una llamada de su empresa. La editorial estaba muy contenta con la rapidez pero no tanto con el resultado. Laura empezó a temblar y a respirar con dificultad y al no saber qué hacer colgó el teléfono. Ring, ring… Ese aparato infernal empezó a sonar de nuevo. Descolgó y colgó. Y así un par de veces más. Hasta que el interlocutor, agotado, dejó de intentarlo.

Laura cayó enferma y estuvo en cama dos días.

Cuando por fin tuvo valor suficiente para enfrentarse a su decepción y sobre todo a su jefe, se presentó en las oficinas. Mamá ya había avisado en la empresa del pequeño contratiempo digestivo de Laura, así que se alegraron mucho de verla repuesta.

Con el corazón desbocado, Laura se sentó frente a su jefe esperando la lluvia de críticas que su ego se negaba a comprender.

_ Lo que se espera de una traducción es que sea fiel al original.

Laura intentó defenderse pero su jefe no le permitió meter baza.

_ No sólo de contenido sino también de forma. Ni somos críticos literarios ni editores. Somos traductores y cuanto más literales, mejor.

_ Sí, lo siento, puede que no haya reflejado bien el estilo pero bueno, tampoco me he inventado nada.

El jefe soltó un leve suspiro, una exhalación casi imperceptible pero que Laura pilló al momento. Aún faltaba algo.

_ El caso es que… _ El pobre hombre no sabía cómo seguir _ El caso es que has omitido ciertas partes.

_ De eso nada._ Respuesta rápida y concisa de Laura versus mirada y respuesta paciente de su jefe.

_ Hasta ahora has estado haciendo un buen trabajo pero puede que no estés preparada aún para este tipo de obra, no sé. Pero no te preocupes, habrá otras oportunidades.

Laura no entendía muy bien qué problema había con su traducción pero era consciente de que por dejadez o miedo había perdido muchas oportunidades en su vida así que, por primera vez, se lanzó a la piscina.

_ Déme un día, sólo un día y le envío de nuevo el primer capítulo. Por favor.

El jefe no pudo resistirse a las inminentes lágrimas y antes de llegar a una situación más engorrosa claudicó.

_ Lo quiero encima de mi mesa mañana al medio día.

Laura estuvo a punto de besar a su jefe pero pensó que sería mejor salir corriendo, primero por si se arrepentía y segundo porque no podía perder ni un minuto.

Laura leyó y releyó la traducción y el original. Había ciertos párrafos marcados en rojo y más o menos se hizo una idea del problema.

Bueno, a lo mejor he suavizado alguna cosa pero de ahí a omitir partes…

¿Y quién podía ayudarla? Laura, con el original en la mano, bajó a la casita del jardín buscando a su madre.

lunes, 17 de mayo de 2010

Lapsus (9)


Bueno, no sólo de Freud. Realmente era la única cita que conocía y punto.

No se puede decir que no lo intentara pero nunca consiguió que en su memoria quedara grabada cita alguna y ya no digamos refranes o dichos populares. Falta de memoria o simplemente de interés, el caso es que terminó aborreciendo su uso. De ahí que sólo utilizara ésta y como arma arrojadiza o simple parapeto.

No cabe duda de que hay frases célebres para todos los gustos y situaciones. ¡Y lo que le gusta a la gente apoyarse en ese tipo de citas!

Ante su inutilidad para tales conocimientos y su posterior rechazo, Laura le había dado muchas vueltas al por qué de su uso y disfrute. Según ella sólo cabía tres explicaciones.:

Una, la necesidad de apoyar la propia convicción con las palabras de alguien famoso (lo que denota cierta inseguridad en uno mismo);

dos, porque la persona en cuestión no es capaz de utilizar sus propias palabras (es decir, o no lo ha intentado o tiene poca imaginación)

y tres, porque queda muy culto aprenderse una ristra de frases sacadas de contexto para iluminar cualquier estupidez.

Está claro que Laura era bastante radical en sus conclusiones pero también es cierto que es muy fácil negar lo que uno no puede conseguir o, como diría la zorra de la fábula de Esopo, “¡Ni me agradan, están tan verdes…!” (“La Zorra Y El Racimo De Uvas”)

El pequeño engendro tecnológico encontrado no había excusa para no ponerse a trabajar. Como todo en la vida de Laura, había que seguir unas pautas. Encender ordenador, colocar los diccionarios a la izquierda del teclado, el té a la derecha, escribir contraseña, mirar e-mails, contestar algunos y borrar la mayoría, respirar profundamente y, por fin, abrir el simbolito del pen-drive.

Laura había pasado por varios trabajos desde que dejó la Universidad. A diferencia de su hermana, nunca supo muy bien a qué quería dedicarse. Estudió filología francesa porque le pareció lo más fácil, bueno, ella ya hablaba francés, ¿no? Se dedicó a la enseñanza una temporada (academias y particulares) pero ni tenía paciencia ni malditas las ganas. Trabajó en una librería francesa una temporada pero el volumen de ventas no daba para muchos empleados (eso dijeron). Y finalmente (y gracias a sus padres) entró a trabajar en una empresa de traducciones. Primero documentos sin importancia, luego cuentos infantiles, hasta que un día, por esos avatares del destino, le entregaron su primera novela.

¡Huau! ¡Qué nervios! Y Laura se enfrascó en su lectura con una emoción inusual en ella.

El título era un tanto escueto, “Le Désir” (básicamente, El Deseo) pero dejaba bastante claro el tema de la obra. Bueno, para todos menos para Laura (cegada por la emoción del primer gran encargo o porque simplemente no quería ver lo evidente).

Lo leyó en una tarde y a los tres días ya tenía casi medio libro traducido.

lunes, 10 de mayo de 2010

Lapsus (8)


_ Mamá, es una cosa pequeñita, azul clarito, que se enchufa en el ordenador.

_ Sé perfectamente qué es un pen-drive. Y no, no lo he visto.

_ Estaba encima de la mesa del salón y ahora no está. Alguien lo ha cogido.

_ Yo no.

_ Pregúntale a mi hermana.

Ser madre no implica necesariamente aguantar todas las neurosis de los hijos y mucho menos cargarse con culpas ajenas pero Mamá estaba más que acostumbrada. Eso sí, la condescendencia era algo que podía romperle los nervios a cualquiera. Y Mamá estaba a punto de perder la paciencia. Podía pasar de la total abnegación a la más absoluta necesidad de matar. Respiró hondo y sin mover un ápice el móvil de la oreja se dirigió a su hija mayor.

_ ¿Has cogido tú un pen-drive de encima de la mesa?

Elena, todavía con la sonrisa en los labios y con los ojos ligeramente vidriosos, negó lentamente con la cabeza. Mamá volvió al teléfono.

_ Tú hermana tampoco. Así que búscalo y la próxima vez ten más cuidado con tus cosas.

No hubo tiempo para volcar más culpas ni más quejas. Con un escueto y frío hasta luego, Mamá colgó y dejó a Laura sumida en su maraña sin un mísero espejo en quien proyectar.

_ ¿Otro lapsus?_ Elena parecía volver en si.

_ Hemos venido a comer para hablar de tu exposición no de tu hermana.

¡Y ahora qué ha pasado! Elena se preguntaba por qué los dioses la habían dejado caer en esa familia. Pero bueno, siempre había sido así y además necesitaba la ayuda de su madre así que…

Laura no cejaba en la búsqueda de su pequeño artilugio digital. Cajones, armarios, nevera, horno, microondas, baños… Vale, ha desaparecido, así de claro. No quieren que trabaje, pues no trabajo.

Qué mejor excusa para no trabajar que no tener los medios. Laura se tumbó en el sofá con intención de echarse la siesta e intentar poner freno a la vorágine mental que pretendía asediarla. Pero su cerebro seguía rumiando independientemente de las ganas que tuviera la Laura consciente de dedicarle ni un minuto más a su lapsus matinal o a la pérdida del pen-drive.

Sin ningún aviso previo de su cerebro, Laura se metió la mano en el bolsillo de su vaquero. Et voilà! Ahí estaba el dichoso aparatejo. Laura lo miró con cierta rabia pero sin ninguna sorpresa. ¡No hay nada freudiano en esto!

Esa respuesta inmediata tenía su razón de ser. No se puede negar que su inconsciente trabajaba a más revoluciones de lo normal y casi siempre por libre pero Laura estaba muy harta de que todo el mundo tuviera siempre a mano una lectura propia para cada uno de sus actos. Cuando alguien le decía has hecho esto por esto otro o esto que has dicho significa no sé quépatatín patatán… ella siempre sacaba a colación la única cita que conocía de freud “a veces un puro no es más que un puro” y se quedaba tan ancha.

jueves, 22 de abril de 2010

Lapsus (7)


_ Entonces te acordarás del revuelo que se montó alrededor. No nos quedó otra que levantarnos a ver qué pasaba. Y ahí estaba tu hermana tirada sobre el banco tan blanca como el vestido.

_ No había desayunado y hacía calor, sólo le dio un bajón de tensión.

_ Ya, pero luego hubo más desmayos y esos lapsus como los llama ella. Le hicieron pruebas de todo tipo. Todos los médicos a los que fuimos dijeron que estaba bien, que no había nada en el cerebro. _ Elena no pudo evitar sonreír con el juego de palabras pero el momento cómico había pasado, ahora afloraba la preocupación materna.

El móvil de Mamá empezó a sonar, era Laura (como no). Mientras Mamá hablaba con su hija pequeña, la mayor se abandonó a los efectos del vino y dejó que sus pesados párpados descansaran un segundito.

Elena se dejó llevar hasta ese día en la iglesia, recordó con nitidez como su padre dejaba a Laura sobre un sofá de la sacristía, como su madre le quitó el velo, los guantes, los zapatos y le desabrochaba el vestido mientras una señorita, que no recordaba quien era, la humedecía las sienes con unos hielos envueltos en un bonito pañuelo.

Elena se mantenía a distancia pero sin dejar de observarlo todo. Recordaba el momento en que la señorita se fue y su padre aprovechó para mirar la cabeza de Laura concienzudamente. Mamá le dijo que no se preocupara, que no había recibido ningún golpe pero la respuesta de su padre fue tan rotunda que nunca supo si lo dijo en serio o no. Sólo quiero saber si tiene un 666 grabado en la cabeza, dijo tan pancho. A lo que su madre respondió con un manotazo y un : no seas idiota.

La señorita apareció justo cuando Laura volvía en si. La señorita, que debía trabajar para la iglesia o para el colegio, les dijo a sus padres que no se preocuparan, que la niña podía tomar la comunión en el siguiente turno. La cara de su padre era un poema, ni hablar. Dicho lo cual, el padre incorporó a Laura con cuidado pero con firmeza, Tú no me harías eso, ¿verdad cariño? . Laura respondió con un ligero movimiento de cabeza, aunque en realidad ni siquiera sabía a qué estaba respondiendo. Viendo la cara de preocupación de su padre era fácil que la niña pensara que le iba la vida en ello. Así que Laura se levantó y sin ponerse siquiera los zapatos, corrió tambaleante hacia el interior del templo.

Elena no recordaba más, ella se había quedado fuera con su padre mientras Mamá seguía a Laura al interior con todos los accesorios del disfraz a cuestas. Pero sí recordaba la foto, la famosa foto, la foto que durante tantos años le había dado tantas alegrías.